Y llegó el día.
Jueves, 24 de julio de 2014, primer día en la Comic Con.
Tras
haber descansado unas horas, a las 6:30 a.m. sonaba el despertador y
comenzaba a prepararme. La noche antes había preguntado en la
recepción del hotel dónde se encontraba la parada de autobús
hasta el Centro de Convenciones. Me indicaron el lugar, a escasos
cinco minutos de allí, así como el horario de los mismos. Era la
línea roja, y cada quince minutos aproximadamente, de manera
ininterrumpida, podía disponer de uno. Además, el servicio era
gratuito.
A pesar
de haber superado ya el escollo del viaje y la localización del
hotel, aún quedaba el que hasta entonces consideraba el punto más
delicado: la recogida de la acreditación. Sin ella, nada de lo que
había hecho hasta ese momento (que no fue poco) me serviría para
alcanzar al fin mi sueño.
Mochila
al hombro, pasaporte y dólares en el bolsillo, intenté relajarme
mientras me dirigía a la parada en aquella agradable mañana
californiana, comiendo de mi bolsita de Chips Ahoy.
Una vez
allí, tocaba esperar. Aunque me habían dicho que en San Diego la
mayoría de la gente hablaba español, lo cierto es que no era así.
Yo, con mi B1 recién aprobado (aunque entonces aún no lo sabía) y
la experiencia que da la lectura de comics Marvel y Dc , amén del
visionado de cine y series en versión original, me dispuse a
entablar conversación con algún aficionado, a fin de conseguir
también alguna información extra que me evitara cometer algunos
errores de novato. Y tuve suerte.
En aquel
lugar, conocí a Tim Caballero, un chaval de unos veintipocos
años, curiosamente de madre sevillana, que me ayudó bastante en
este día así como en el siguiente. De momento, ya no estaría solo
y, tras intercambio de facebook, al final, en la puerta del Centro de
Convenciones, ya me sentía un poco más seguro. A pesar de todo, el
chaval no hablaba “ni papa” de español, aunque decía
entenderlo.
Me fue
contando que era su décimo año en la Comic Con y que todo había
surgido a través de su padre, que era el que le había inculcado la
afición. Hablamos sobre comics y películas hasta que se detuvo el
autobús que, como todos, promocionaba en su exterior alguna de las
series punteras basadas o relacionada con el mundo del comic. Y allí
estábamos. Frente a mí, un enorme puente que, como el Bifrost,
nos conduciría al Asgard del mundo de la viñeta.
Bordeábamos
ya la primera de las colas para entrar al Hall H, lugar donde
las cinematográficas realizaban principalmente las presentaciones de
sus productos del futuro más inmediato y donde Tim se iba a quedar.
La gente hacía cola con sus sacos de dormir desde la noche anterior.
-“¡Buff…!
Estoy demasiado viejo para ese tipo de colas, Tim. Lo mío son las
charlas”.
-“Sí,
sí,…eso decía yo. Puede que el primer año no y el segundo quizás
tampoco, pero al tercero te veo durmiendo aquí con todos”.
Cuando
cruzamos el puente, me contó cómo en ediciones anteriores había
estado en la presentación de la película “V de Vendetta”, y
cómo la sonrisa de Natalie Poorman, rapada al uno por exigencias
del guión, había hecho que se le derritiera el corazón.
-“¿Qué
quieres? ¿Mi cartera, mi alma? Tuyas son…”-pensaba cuando la
vio.
Me acordé
enseguida de Charlize Theron y de la presentación del remake
de Mad Max que tendría lugar el sábado. Desgraciadamente, y
vista las indescriptibles colas que, permanentemente, podías
encontrar para estas presentaciones, tuve que tomar la decisión de
renunciar a esa zona de la Convención. El hacerlas, no garantizaba,
en modo alguno, poder entrar, y eran las charlas sobre el cómic y
sus entresijos lo que me habían conducido hasta ese lugar del globo.
Tim me
indicó, que la recogida de las acreditaciones se realizaba a través
del Hall C, en el Sailor Pabillion. Le di las gracias
por todo y me insistió en que lo llamara ante cualquier
contingencia. Afortunadamente, no fue necesario.
Y entré.
Eran las ocho y cuarto, y aún no se habían formado las
aglomeraciones. El Centro era tal y como se mostraba en los vídeos
que había visto, pero había una gran diferencia: que, ahora, yo
estaba allí.
Subí por
las conocidas escaleras mecánicas con mi documentación en mano. Me
volví y pude contemplar la ya famosa visión del acristalamiento
interior del Centro de Convenciones, y colgando de su techo, el
emblemático logo que tantas veces había contemplado en Internet.
Los voluntarios indicaban el camino hasta la zona de recogida y en
cinco escasos minutos, cosa que me resultó del todo inesperada,
estaba enseñando mi pasaporte (era necesaria una identificación con
foto) y recogiendo LA ACREDITACIÓN. ¡LO HABÍA CONSEGUIDO!
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