viernes, 15 de agosto de 2014

SDCC 2014: Previously.




Y llegó el día. Jueves, 24 de julio de 2014, primer día en la Comic Con.

Tras haber descansado unas horas, a las 6:30 a.m. sonaba el despertador y comenzaba a prepararme. La noche antes había preguntado en la recepción del hotel dónde se encontraba la parada de autobús hasta el Centro de Convenciones. Me indicaron el lugar, a escasos cinco minutos de allí, así como el horario de los mismos. Era la línea roja, y cada quince minutos aproximadamente, de manera ininterrumpida, podía disponer de uno. Además, el servicio era gratuito.

A pesar de haber superado ya el escollo del viaje y la localización del hotel, aún quedaba el que hasta entonces consideraba el punto más delicado: la recogida de la acreditación. Sin ella, nada de lo que había hecho hasta ese momento (que no fue poco) me serviría para alcanzar al fin mi sueño. 

Mochila al hombro, pasaporte y dólares en el bolsillo, intenté relajarme mientras me dirigía a la parada en aquella agradable mañana californiana, comiendo de mi bolsita de Chips Ahoy

Una vez allí, tocaba esperar. Aunque me habían dicho que en San Diego la mayoría de la gente hablaba español, lo cierto es que no era así. Yo, con mi B1 recién aprobado (aunque entonces aún no lo sabía) y la experiencia que da la lectura de comics Marvel y Dc , amén del visionado de cine y series en versión original, me dispuse a entablar conversación con algún aficionado, a fin de conseguir también alguna información extra que me evitara cometer algunos errores de novato. Y tuve suerte.
En aquel lugar, conocí a Tim Caballero, un chaval de unos veintipocos años, curiosamente de madre sevillana, que me ayudó bastante en este día así como en el siguiente. De momento, ya no estaría solo y, tras intercambio de facebook, al final, en la puerta del Centro de Convenciones, ya me sentía un poco más seguro. A pesar de todo, el chaval no hablaba “ni papa” de español, aunque decía entenderlo. 

Me fue contando que era su décimo año en la Comic Con y que todo había surgido a través de su padre, que era el que le había inculcado la afición. Hablamos sobre comics y películas hasta que se detuvo el autobús que, como todos, promocionaba en su exterior alguna de las series punteras basadas o relacionada con el mundo del comic. Y allí estábamos. Frente a mí, un enorme puente que, como el Bifrost, nos conduciría al Asgard del mundo de la viñeta.













Bordeábamos ya la primera de las colas para entrar al Hall H, lugar donde las cinematográficas realizaban principalmente las presentaciones de sus productos del futuro más inmediato y donde Tim se iba a quedar. La gente hacía cola con sus sacos de dormir desde la noche anterior.

-“¡Buff…! Estoy demasiado viejo para ese tipo de colas, Tim. Lo mío son las charlas”.
-“Sí, sí,…eso decía yo. Puede que el primer año no y el segundo quizás tampoco, pero al tercero te veo durmiendo aquí con todos”.

Cuando cruzamos el puente, me contó cómo en ediciones anteriores había estado en la presentación de la película “V de Vendetta”, y cómo la sonrisa de Natalie Poorman, rapada al uno por exigencias del guión, había hecho que se le derritiera el corazón. 

-“¿Qué quieres? ¿Mi cartera, mi alma? Tuyas son…”-pensaba cuando la vio.

Me acordé enseguida de Charlize Theron y de la presentación del remake de Mad Max que tendría lugar el sábado. Desgraciadamente, y vista las indescriptibles colas que, permanentemente, podías encontrar para estas presentaciones, tuve que tomar la decisión de renunciar a esa zona de la Convención. El hacerlas, no garantizaba, en modo alguno, poder entrar, y eran las charlas sobre el cómic y sus entresijos lo que me habían conducido hasta ese lugar del globo.

Tim me indicó, que la recogida de las acreditaciones se realizaba a través del Hall C, en el Sailor Pabillion. Le di las gracias por todo y me insistió en que lo llamara ante cualquier contingencia. Afortunadamente, no fue necesario.


Y entré. Eran las ocho y cuarto, y aún no se habían formado las aglomeraciones. El Centro era tal y como se mostraba en los vídeos que había visto, pero había una gran diferencia: que, ahora, yo estaba allí.


Subí por las conocidas escaleras mecánicas con mi documentación en mano. Me volví y pude contemplar la ya famosa visión del acristalamiento interior del Centro de Convenciones, y colgando de su techo, el emblemático logo que tantas veces había contemplado en Internet. Los voluntarios indicaban el camino hasta la zona de recogida y en cinco escasos minutos, cosa que me resultó del todo inesperada, estaba enseñando mi pasaporte (era necesaria una identificación con foto) y recogiendo LA ACREDITACIÓN. ¡LO HABÍA CONSEGUIDO!



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