El pasado 12 de noviembre nos
dejaba el hombre que mejor representara a lo largo de su historia los valores
de la compañía Marvel Comics. Stanley Martin Lieber era la personalidad secreta
de Stan Lee, un “cuentacuentos” que, con sus palabras, estimularía de forma apasionante la imaginación de millones de niños, entre los que yo me encontraba.
Los tebeos siempre me encantaron,
especialmente los de superhéroes. Los primeros que cayeron en mis manos fueron
los de la distinguida competencia; protagonizados por Superman, Batman o la Liga de la Justicia, en
su minúscula edición mexicana y que, hoy en día, aún padezco las secuelas psíquicas de sus singulares traducciones.
Sin embargo, no tardarían mucho en aparecer
por mi infancia las maravillosas creaciones de Stan Lee. Spiderman, Los Cuatro
Fantásticos, Hulk (por entonces conocido como La Masa), Los Vengadores… y
tantos y tantos otros que llenaron de sueños e ilusión la infancia de un niño
de pueblo.
A pesar de lo que algunos medios
mal informados han sostenido durante estos días, el concepto de “superhéroe” no puede atribuirse al portentoso talento
creativo de Stan Lee. Pero, si le añadimos un pequeño adjetivo, y lo convertimos en el de “superhéroe
vulnerable” , entonces ya es otro cantar.
Hasta entonces, los superhéroes habían
sido poco más o menos que dioses(en algunos casos, literalmente) infiltrados en
el mundo de los hombres, interesados en mantener la paz, la justicia y el orden de una sociedad en la que vivían, siempre, paradójicamente, adoptando métodos al
margen de la ley establecida. Vulnerar la ley para mantener la ley.
Stan Lee nos acercó esos personajes en sus
obras, mostrándolos afligidos y a veces desesperanzados, ante realidades cotidianas muy cercanas a las del
lector, como por ejemplo el no ser capaces de
expresar tus verdaderos sentimientos a una chica que te gusta, no poder pagar
el alquiler de tu vivienda o sufrir la impotencia que supone contemplar el mal estado de salud de un familiar muy querido .
En ese momento, los lectores pasamos de admirar a los héroes a empatizar con ellos. Ésta fue sin duda la gran contribución de Stan Lee.
Su carrera, como la de casi
cualquier autor, alternó periodos de brillantez y periodos de desprestigio.
Cierto es que contó en su trabajo con la ayuda inestimable de talentos como los
de Jack Kirby, Steve Ditko o John Romita Sr, por citar sólo a tres de los
dibujantes, y en muchas ocasiones coargumentistas, que lo acompañaron y que contribuyeron a forjar
la leyenda de Marvel Comics.
Algunas de sus decisiones editoriales también
fueron vistas con desagrado por compañeros de profesión y público en general,
pero unas y otrascondujeron a la realidad de la compañía, tal y como hoy la conocemos. Las
películas han dotado en los últimos años de un nuevo sentido a la producción
de comic books, hasta el punto de que numerosos artistas ya plantean sus
historias con enfoques
televisivos o cinematográficos, que es ahí donde está el dinero.
Aunque en la actualidad lo agradezco, esto quedaba muy lejos del niño que fui y
que se ilusionó disfrutando con sus héroes que conseguían desvaratar una y otra vez
los planes del Dr. Muerte, Magneto o Cráneo Rojo.
Uno de los textos de apoyo que
aparecen en Fantastic Four #1 reza: “Así nacieron los Cuatro Fantásticos, y el
mundo ya no volvió a ser el mismo”. Así reza y, por lo menos el mío, nunca lo volvió a ser.
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